
Omaida Melissa García / ClsComunica
Morelia, Michoacán a 16 de octubre de 2025.- El 16 de octubre de 2012 quedó tatuado en la memoria de los normalistas en Michoacán. Esa madrugada, la Policía Estatal y la Policía Federal irrumpieron en las normales rurales de Tiripetío, Cherán y Arteaga para desalojar a estudiantes que protestaban contra una reforma educativa que consideraban excluyente. El saldo fue brutal: enfrentamientos, vehículos incendiados, decenas de jóvenes detenidos y una generación marcada por la represión.


Trece años después, la historia parece repetirse. Desde este 15 de octubre, los normalistas han vuelto con fuerza a las calles de Morelia. Bloqueos, pintas y autobuses retenidos reaparecieron como recordatorio de una inconformidad que nunca se resolvió de fondo. Reclaman lo mismo: una educación pública digna, incluyente y con sentido social. Denuncian que el gobierno “no prioriza la educación porque sabe que el conocimiento es poder, y por eso amenaza con cerrar las normales rurales”.


La voracidad y testosterona con la que marchan habla de rabia acumulada, de pobreza estructural y de un desencanto con las instituciones. Su forma de protesta, muchas veces violenta, es tan condenable como comprensible en un contexto donde sentirse escuchado parece un privilegio.

Las normales rurales siguen siendo refugio y esperanza para los jóvenes más pobres del estado. Son también una espina en el costado de los gobiernos que prefieren el orden al disenso. Trece años después, lo que arde ya no son los camiones, sino la certeza de que las causas que encendieron aquel 2012 siguen vivas, y que la educación, en Michoacán, sigue siendo una lucha de resistencia.

